Aunque vinculado durante años al mundo occidental y, muy especialmente, al ámbito europeo e hispanoamericano, lo cierto es que el fútbol hunde sus raíces en deportes milenarios nacidos en Extremo Oriente.
Aunque no son pocos los que se quejan de que los campos de fútbol se convierten, con demasiado frecuencia, en auténticos campos de batalla, habría que preguntarse si semejante situación en lugar de desvirtuar el llamado deporte rey no hace sino devolverlo a sus orígenes. De hecho, el antepasado más antiguo del fútbol fue un deporte conocido como Tsu Chu - literalmente «dar patadas» - cuya finalidad última consistía en proporcionar una dureza especial a los soldados del emperador de la China unos dos siglos antes del nacimiento de Cristo. Golpear con los pies la pelota de cuero forjaba a los guerreros y, al parecer, divertía enormemente a los jugadores. Sin embargo, no se trataba de un deporte exento de riesgos graves. Por ejemplo, el entrenador del equipo que perdía un encuentro era objeto de terribles castigos -como la flagelación - que se ejecutaban en público para escarmiento general. En cuanto a los jugadores, no pocas veces se veían obligados a participar en aquella terrible persecución de un balón fabricado con virutas de madera y crines de caballo para eludir algún terrible castigo impuesto por infracciones de la disciplina militar. No sabemos a ciencia cierta cómo eran las reglas pero, partiendo de esos antecedentes, todo pensar que el juego era extremadamente duro y más si jugarlo equivalía a pertenecer a un batallón disciplinario de la actualidad. Quizá por esas razones cuando, casi un milenio después, el juego pasó a Japón experimentó variaciones nada desprecibles.
Los japoneses estaban dispuestos a absorber de China todo lo valioso -incluida su escritura pictográfica o el budismo chang- pero no parecían inclinados a contaminar el concepto de lucha militar con villanos y balones. Así, el Tsu Chu, de constituir una verdadera batalla campal se transformó en una competición donde primaba fundamentalmente la habilidad. Conocido ahora como kemari, lo jugaban príncipes y cortesanos en patios interiores valiéndose de un balón fabricado con piel de cerdo y rematado artesanalmente de manera que podía calificarse como primorosa. Los jugadores japoneses podían servirse de la cabeza, de las rodillas y de los pies pero en ningún momento resultaba lícito que la pelota tocara el suelo. La fuerza bruta se veía así sustituida por el virtuosismo.
Entre esa versión japonesa un tanto sofisticada y la belicosamente ruda de los soldados chinos, en Corea aparecería el chukkuk (V d.C.). Duro y marcial, se encontraría a la vez teñido de una carga de romanticismo que ha conservado hasta la fecha y que puede contemplarse en algunos festivales competiciones balompédicos celebrados en la actualidad en Corea. ¿Y en occidente? En occidente el fútbol iba también a hacer acto de presencia pero necesitaría algún tiempo más.
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