Aunque nacido en
las lejanas tierras de Extremo Oriente, el fútbol no tardó en llegar a
Occidente. Disfrutado por nobles, villanos e incluso monarcas, una vez allí se
arraigaría hasta el día de hoy con un éxito imposible de velar o sofocar.
Durante la Edad Media, diversos precedentes
del fútbol hicieron acto de presencia en territorio de Occidente. En el siglo
XII, en Inglaterra ya era común que pueblos, parroquias, villas y ciudades se
enfrentaran en un juego consistente en empujar la pelota con los pies hasta la
portería adversaria. La competición era durísima no sólo por las condiciones de
violencia en que se libraban los partidos sino porque la distancia entre una y
la otra podía llegar al kilómetro. No cuesta mucho imaginar que abrirse camino
en medio de una nube de feroces adversarios y surcando un campo tan dilatado no
era tarea fácil. Sin embargo, sus efectos negativos quedaban siquiera en parte
limitados porque estos encuentros sólo se celebraban en Carnaval. El fútbol de
Carnaval tuvo a partir del siglo XIV un importante rival en el gioco del calcio
(juego de la patada). Este deporte florentino se jugaba con veintisiete
participantes por cada equipo y media docena de árbitros. No era un número
excesivo dado que en la lid resultaba aceptado el uso de las manos y el de los
pies. Tanto los monarcas Tudor como los Estuardo lo consideraron favorablemente
e incluso, en alguna ocasión, se permitieron participar en él. De manera muy
distinta lo vio el puritano Oliver Cromwell a mediados del siglo XVII. Empeñado
en que Inglaterra se convirtiera en un paradigma de las virtudes protestantes,
Cromwell prohibió la práctica de un deporte tan poco caballeroso y que, a la
vez, favorablemente e incluso, en alguna ocasión, se celebraba en las cercanías de fiesta tan
pagana como el Carnaval.
Los efectos de su prohibición duraron bien
poco. La Restauración de los Estuardo, llevada a cabo en la persona de Carlos
II, se tradujo, entre otras muchas medidas, en el regreso del fútbol. Durante
el siglo siguiente, el deporte ya era extraordinariamente popular en las
escuelas públicas aunque seguía careciendo de unas reglas uniformes. Si en Eton
se jugaba el Wall game y el Field game, en Harrow los escolares se entretenían
con el Harrow football. El nombre era similar- salvo en la asignación del lugar
- al que se le atribuía en Winchester.
A pesar de todo, el número de jugadores por
equipo seguía siendo excesivo y no existían reglas establecidas que gozaran de
una aceptación universal. Ese sería un paso que se daría ya en el siglo
siguiente y con él tendría lugar el nacimiento contemporáneo del fútbol.
La regeneración
Ya era hora que empezase a despertar entre la
juventud madrileña la afición a algo más que a servir de postes en la calle en
competencia con los faroles del alumbrado, estorbando el paso a los
transeúntes, dedicándose a chicolear a las muchachas con frases las más de las
veces de muy dudosa educación. Lástima daba ver esa generación de muchachos de
complexión enclenque, hastiados de todo antes de llegar a ser hombres, sin
ninguna ilusión y distrayéndoles sólo alguna juerguecita en la que, además de
comprometer la escasa salud, les rebajaba, dando al traste con su dignidad.
Habituados a no hacer clase alguna de
ejercicios físicos, ha sido preciso que vinieran del extranjero una porción de
muchachos educados a la moderna, con deseos de continuar en su patria un método
de vida que en otros países se inculca a no hacer clase alguna de ejercicios
físicos, ha sido preciso que vinieran del extranjero una porción de muchachos
educados á la moderna, con deseos de continuar en su patria un método de vida
que en otros países se inculca a la juventud como necesario y complemento a la
educación, para que aquí se empezasen a conocer y apreciar las ventajas y
alicientes que tienen los ejercicios corporales. Poco a poco fue aclimatándose
esta afición a pesar de que parientes y amigos de esos muchachos tomaban a
broma y chacota todo lo que fuera molestarse, salir de sus viciadas costumbres,
trabajar, en una palabra. Afortunadamente, como lo bueno siempre se impone, fue
arraigando esa afición por los ejercicios atléticos, y se constituyeron en
Madrid varias Sociedades de foot-ball, las que, a pesar del escaso o ningún
apoyo del elemento oficial, progresaron mucho en poco tiempo, constituyendo un
núcleo de entusiastas propagandistas que hoy cuentan por miles los que cultivan
tan interesante sport. Todo cuanto se haga es poco para imbuir a la juventud
los hábitos del trabajo; hay que alzarla del marasmo en que se hallaba hundida,
convenciéndola de que esta inmovilidad nos atrofia, nos inutiliza, nos mata.
Por miles se cuentan en Francia, Alemania e
Inglaterra las Sociedades que se dedican a ejercicios atléticos, hay deportes
para toda clase de fortunas, edades y condiciones físicas. Es erróneo afirmar
que sólo los ricos pueden dedicarse á ejercicios necesarios a la conservación
de la salud.
En España, que desgraciadamente se trabaja
tan poco, pues la mitad de los días los hacemos festivos, puede desarrollarse
la afición a los ejercicios al aire libre como en ningún país del mundo. Ya que
la producción nacional pierde con tanta fiesta un número incalculable de
millones, aprovechemos para la salud y regeneración física lo que se nos escapa
de regeneración económica.
Entre los sports que por su agradabilísimo
entretenimiento han tomado carta de naturaleza entre nosotros, merece citarse
el foot-ball. Reúne todas las condiciones apetecibles y recomendables por el
higienista más exagerado: se juega al aire libre, en pleno campo, aprovechando
lo que a torrentes nos prodiga la naturaleza para fortalecer nuestra salud: aire
y luz.
Es interesante este sport porque se lucha con
noble emulación por la victoria; sin haber peligro, los muchachos se
acostumbran a no temerle; todos los músculos se desarrollan por igual; la
inteligencia es un factor que ha de acompañar a la agilidad y fuerza muscular;
reúne, un una palabra, cuanto precisa para que este sport resulte útil y
agradable (...).
Debería formar la Junta directiva de estas
Sociedades gente sensata si es posible, que no jugase, que se ocupara
únicamente de la marcha administrativa y financiera, y los padres de los
muchachos inscribirse como socios protectores con pequeñísimas cuotas
mensuales, para de este modo sostener unos centros donde saben que se reúnen
sus hijos con un fin útil e higiénico.
Gracias a la bondad del Duque de Sexto, nos
han cedido el Hipódromo diferentes veces; organizando concursos, a los que han
acudido jugadores de Bilbao y Barcelona.
Contamos ya con el apoyo de S.M. el Rey y los
Príncipes de Asturias, que han concedido hermosos premios, y de personajes de
la aristocracia, entre los que se cuenta el Marqués de Argüelles (...).
Gran Vía, junio de 1903
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